Doña Inés de Castro, la dama que reinó muerta

La literatura romántica ha escrito muchas historias de amor que trascienden a la muerte. Hoy os traemos una real que tuvo por protagonistas a las casas reales de España y Portugal.

Todo empieza cuando el Infante castellano Don Juan Manuel II decide casar a su hija Doña Constanza Manuel con Don Pedro “El Cruel” , hijo y heredero de Alfonso VI , Rey de Portugal. Así pues Doña Constanza se casa con él por poderes y cuatro años después parte Hacia Portugal acompañada por sus damas entre las cuales iba Doña Inés de Castro.

A su llegada la Corte portuguesa organiza grandes fiestas, pero lo que sucede es que Pedro “El Cruel” se enamora perdidamente de Doña Inés de Castro, y aunque la boda se produce , ambos establecerán una relación pública de amantes con el escándalo que os podéis imaginar.

El Rey portugués no se podía permitir esos escándalo en su corte y decide desterrar a Doña Inés al castillo de Alburquerque en Badajoz. Sin embargo la mala suerte se alía con los amantes pues en 1345 Constanza muere al dar a luz y Don Pedro rescata a su amante y se va a vivir con ella al norte de Portugal, donde viven en pareja y tienen cuatro hijos. Sin embargo Don Pedro empieza a descuidar sus responsabilidades y su padre, inmerso en la Guerra de los Cien Años, y harto de sus desmanes, ordena asesinar a Doña Inés. Esta es degollada en su casa de Coimbra en presencia de sus hijos aprovechando que Don Pedro se encuentra cazando.

Don Pedro explota y decide enfrentarse a su padre, pero acaba doblegado ante el rey, e incluso se vuelve a casar y da un heredero al trono, Joao I.

Al final, Pedro I de Portugal subió al trono en el año 1357, tras la muerte de su padre Alfonso IV. El mismo día de su coronación mandó exhumar el cadáver de su segunda esposa Inés de Castro, haciéndola colocar a su lado en el trono para que todo el mundo le rindiese póstumo homenaje besándola la mano, y la reconociese como legítima reina de Portugal, queriendo desagraviar así su entredicho honor.

No satisfecho con ello, mandó también colocar frente al trono a dos de sus tres asesinos, a los cuales atravesó con su espada sacando a ambos de cuajo su corazón; al primero, llamado Pedro Coelho, por el pecho, y al segundo, de nombre Diego López Pacheco, por la espalda.

Después de aquel día, tras unos honrosos y duraderos funerales, el cuerpo de Inés fue colocado en la ciudad portuguesa de “Alcobaça” en un sepulcro realizado de mármol blanco con su propia efigie. A pocos centímetros fue construida la del propio rey, quien mandó disponer las dos tumbas de tal forma que ambos se tocaran los pies. Así, si alguna vez resucitaba, lo primero que vería sería la imagen de su eterna amada.